Por Fernanda Villalobos Carrasco, directora y psicóloga de PRM Llapemn
Esta semana se conmemoró el Día Internacional de la Familia y la verdad es que generalmente cuando hablamos de familia, muchas veces pensamos en un grupo de personas unidas por lazos sanguíneos. Sin embargo, en nuestra labor diaria como organismo colaborador del Servicio de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia, así como desde nuestra propia experiencia profesional y humana, hemos aprendido que este concepto es mucho más que una relación biológica. La familia es, por sobre todo, un espacio de amor, seguridad, pertenencia y cuidado.
Es en ese primer entorno —real o simbólico— donde comenzamos a construir nuestra identidad, a desarrollar nuestra autoestima y a formar una visión del mundo. Es allí donde aprendemos a confiar, a sentirnos validados, a sabernos importantes para alguien más y cómo nos vamos a desarrollar con el entorno. Pero, lamentablemente, para muchas niñas, niños y adolescentes que han vivido situaciones de vulneración, esta idea de familia se quiebra. El maltrato, el abandono o la negligencia, dañan esos vínculos que deberían ser protectores, dejando cicatrices profundas que marcan su desarrollo emocional y social.
En este contexto, hablar de familia también es reconocer su potencial de transformación, de cambio en pro del bienestar individual de cada uno de los miembros, lo que nos permite visualizar la posibilidad de ir reparando los vínculos quebrantados y así, promover espacios de protección y amor.
Como señaló el sociólogo Charles H. Cooley: “La familia es la prueba de la libertad, porque la familia es lo único que el hombre libre hace para sí mismo y por sí mismo.” Esta afirmación nos recuerda que la familia no solo se hereda, también se construye, se elige y se defiende.
Indicar también, que la familia en muchas ocasiones, puede ser elegida. Y en el camino de la reparación, los niños, niñas y adolescentes tienen la oportunidad —muchas veces por primera vez— de encontrar nuevas figuras significativas, personas que les ofrecen afecto, contención, límites claros y un sentido renovado de pertenencia, es a través de ser parte de otro grupo familiar, siendo en este ámbito de igual forma, donde los programas de protección a la infancia tienen una labor esencial: ser parte activa de esa reconstrucción, acompañando procesos de resignificación y reconstrucción de lo que es una familia.
En conclusión hablar de familia es, en esencia, hablar de pertenencia. Y pertenecer no es simplemente estar en un lugar, sino sentirse visto, valorado y querido. Es en esta línea que Fundación CRATE trabaja –mediante sus diversos proyectos– el aporte a la construcción junto a las comunidades, con entornos que abracen, protejan y reparen, a quien es la base fundamental de la sociedad: la familia.